jueves, 7 de julio de 2011

Quizás (IV)

Cada vez que leía su nombre, se acordaba del mono Anselmo. Cuando tenía ocho años, lo llevaron al Zoológico. No le gustó. Menos que Mamá le dijera: “Mirá el monito; es un monito que se llama como vos. Dale de comer al monito, dale de comer”. Se sintió el monito Anselmo. Desde ese día despreció que Mamá quisiera darle de comer. Y Mamá siempre quería darle de comer.
Respondió:

Ricardo:
Ya te dije que no quiero salir. Mucho menos para ver a mamá.

Pasó un tiempo antes de que pudiera hacer clic en enviar. Por un lado, no quería dejar a Ricardo con toda la responsabilidad. Mamá sí que era toda una responsabilidad. Por otro, desde que Magalí se había ido, ver a una mujer le producía náuseas.
Estaba al tanto de que Ricardo no iba a quedarse de brazos cruzados. Nunca se quedaba de brazos cruzados. Parecía que saboreaba hincarlo con la realidad cada vez que podía. Anselmo supo mejor que nadie que ese mail fue una invitación a que Ricardo opinara, criticara, masticara su vida. O lo que era peor, trajera la realidad adentro.

Mono pintor, de S. Cáneba

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