domingo, 19 de junio de 2011

Quizás (II)

nnnUna hora más tarde, después de restregarse los ojos un par de veces, después de sentirse despierto, prendió la pava. Sonó la pava. Apagó la pava. Una cucharada y media de café, dos cucharadas de azúcar, un poco (casi siempre el mismo poco) de leche en polvo fortificada, un poquito de agua fría y a revolver. Que no quedara tan chirle era una preocupación, que quedara demasiado duro era una preocupación. Hacía falta sólo que quedara. Dos tostadas y mermelada. La comida más importante le era importante.
nnnSe sentó en el sillón de siempre. Se sintió bipolar. Sentía adrenalina en el cuerpo como para correr una maratón. Sentía cosquillas en los brazos y en las piernas. Sentía un poco de temblor. Deseó correr kilómetros y kilómetros sin parar. Largarse sin más, perderse sin más. Lo haría. Lo haría si el gran imán del sillón lo dejara ponerse las Adidas. Si el gran imán del sillón fuera un gran imán en el sillón, lo haría. La adrenalina estaba, pero sólo para pensar que ese cuerpo es el suyo. Hay un cuerpo que es suyo. No quería usarlo.
nnnPensó en Kafka. Pensó en su Gregorio Samsa. Pensó en la metamorfosis de su Gregorio Samsa. Pensó en que, si él fuera un Gregorio Samsa, sería más fácil. Escupirle al mundo sin más que se es una alimaña. Mostrarle a todos los que creían que estaba deprimido que no sólo era eso. Era un bicho, un monstruo horrible, pero capaz de ser pisado en el suelo.

Inmovilidad, de Darío Zana

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